Nov 01, 2023 / 10:17

La muerte en el lenguaje cotidiano

Adán Cabral Sanguino

Las palabras no son las cosas a que se refieren. Son los significados que les damos en nuestra vida diaria, pues constituyen la expresión del pensamiento. En ese sentido, los vocablos tienen un carácter creativo en la configuración de la realidad social.

En el caso que nos ocupa, la construcción (y deconstrucción) de los discursos sobre la muerte en la cultura mexicana, podemos empezar por visualizar a la calaca como un símbolo no sólo del final, sino también de la regeneración, puesto que todo lo creado debe morir al mundo viejo para renacer al mundo nuevo o al orbe por venir, lo cual explica la costumbre de nombrar la muerte para evocar el significado de su presencia durante el ciclo vital. Y esa evocación verbaliza lo identificable y lo innombrable mediante artefactos lingüísticos y culturales que permiten aproximarnos al valor del léxico habitual como condición para evidenciar la necesidad esencialmente humana de la búsqueda de sentido en el trayecto de resignificación de la vida.

Sin embargo, los mexicanos somos muy dados a suavizar la posible rudeza semántica de algunas locuciones acerca de la huesuda. Nos reímos de ella, por ejemplo, con las satíricas calaveras literarias el 1 y 2 de noviembre, pero, en el fondo, no queremos escuchar ni hablar de ella el resto del año, por lo que la negación es un tangencial mecanismo de defensa expresado con frases como “toco madera” o “ni lo mande Dios”. Eulalio Ferrer, en El lenguaje de la publicidad (1997), señala que los eufemismos son una especie de cortesía trasladada a las relaciones humanas del lenguaje. Así, la tortura se disfraza con interrogatorios de rigor. En lugar de despidos, suele decirse reajuste de personal; operativo en vez de persecución. Comento esto porque sucede lo mismo con la catrina y los diversos juegos lingüísticos para denominarla.

Respecto a la muerte y sus respectivos campos semánticos, tenemos algunas expresiones que, de manera sucinta, analizaremos a continuación.

Comenzando por la propia muerte, sustantivo abstracto y constructo sociocultural que denominamos «huesuda», «calaca», «calavera», «pelona», «catrina», «señora de negro», «tiznada», «chimuela», «flaca», «tembeleque», entre otros. En el portal de México Desconocido aparece un registro de 104 nombres para referirse a este personaje en nuestro país.

Por su parte, al muerto, también como sustantivo, pero concreto, se le menciona como «cadáver», «difunto», «restos», «cenizas», aunque es común utilizar el participio a manera de sustantivo adjetival: «fallecido», «difunto», «fiambre», «occiso». Cabe decir que, de acuerdo con la Real Academia Española, el sustantivo «cadáver» significa 'cuerpo muerto'; «fallecido», participio de «fallecer» ('morir'), es sinónimo eufemístico de «muerto», al igual que «difunto», empleado sobre todo en el lenguaje funerario; y «occiso» significa 'muerto violentamente'. O sea, aunque parecen ser iguales, la connotación es diferente.

En tanto, para referir el acto de morir, verbo irregular referido con eufemismos y disfemismos que designan el objeto denotado de manera indirecta, y muy polémico, principalmente en las actas ministeriales, en las que casi todas las muertes son “naturales” (morir atropellado por un tráiler es natural, por ejemplo), se suele emplear expresiones como «falleció», «feneció», «expiró», «le llegó el día», «pasó a mejor vida», «se apagó», «perdió la vida», «se petateó»; «descansa en paz», «se fue con Dios», «estiró la pata», «se fue para no volver», «entró en el sueño eterno», «quedó tieso», «lo sacaron con los pies por delante», «se lo llevó la parca», «chupó faros», «se lo cargó la chingada», «colgó los tenis», «se nos adelantó», «entregó el equipo», «se llamaba», «se lo cargó Pifas» «bailó las calmadas», «ya lo cargó el payaso». Luego entonces, puede apreciarse en estos enunciados que las metáforas permiten explicar mejor una realidad compleja o dolorosa (“dejar de vivir”, según la RAE), mientras que los eufemismos la ablandan o disimulan.

Y cómo omitir nuestro amplio refranero mexicano sobre la muerte, tan rico en figuras retóricas, por cierto. Por mencionar sólo algunas manifestaciones de nuestra tradición oral, incluyo las siguientes frases: «El muerto al pozo y el vivo al gozo»; «De muertos y tragones están llenos los panteones»; «No tiene ni donde caerse muerto»; «Antes muerta que sencilla»; «Matrimonio y mortaja, del cielo bajan»; «El que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe»; «Mujeres juntas sólo difuntas»; «El muerto y el arrimado a los tres días apestan»; «Más vale un minuto tarde que un minuto de silencio»; «¿Quieres saber tus defectos? Cásate. ¿Quieres saber tus virtudes? Muérete».

Sin duda, el lenguaje es tan vasto y cambiante que cuenta con una amplia variedad de recursos para referirse a realidades culturales como la muerte, por lo que nos da una identidad reconstruida en el espacio colectivo. De ahí la relevancia de conocer y reconocer nuestro idioma al nombrar lo inevitable: las muchas maneras de aludir a la muerte en la vida ordinaria, aunque todavía no la hayamos experimentado, ya que sólo se muere (y se vive) una vez.

CD/YC

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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