Oct 23, 2023 / 09:55

La última y nos vamos

Manuel Zepeda Ramos

I
Cuando hice maletas para un viaje largo.

Jueves, 12 de Octubre; 19 horas:
-¿Que te pasa papi? Me preguntó mi hija con semblante preocupado.
-Tengo frío. Mucho frío, le contesté.
-Pero si hay calor. 25 grados.
-Pues yo tengo mucho frío.
-No puedes hablar. Que te pasa.
Con mucha dificultad, le dije, apenas audible:
-El frío no me deja hablar, hijita.
Entonces, en una actitud típica de Juana, me dice muy enérgica:
-Nos vamos en este momento al hospital.
Yo le dije que ya iba a pasar; que no quería ir.
-No discuto. Nos vamos en este momento.
No recuerdo nada más.


Después, Juanita me contó que ella y mi nieto intentaron subirme al automóvil, pero no pudieron.
Rápidamente pidió una ambulancia y en ella me llevaron al Centro de Alta Especialidad -CAE-, Doctor Rafael Lucio de Xalapa.


Recobré el conocimiento ya adentro del hospital. Un señor de rojo empujaba una camilla, pero no identificaba donde estaba. Me metió a un cuarto y, entre cuatro camilleros me trasladaron a lo que iba a ser mi habitación durante una semana.


Cinco minutos después empezaron a llegar varias personas. Después supe que eran médicos de diferentes especialidades y tres enfermeras que de inmediato me empezaron a buscar venas para conectarme con gran destreza para tener lista una puerta de entrada a mi sistema circulatorio, además de ponerme una venoclisis que habría de recibir botellas y botellas de antibióticos.


La opinión generalizada, unánime, era que se trataba de un Choque Séptico y que había que atacarlo de inmediato: tenía 60-30 de presión, 82 de oxigenación y 39 grados de temperatura.


De inmediato me sacaron sangre para hacer un cultivo que les dijera que tipo de bacteria podría estar alojada y un cultivo de orina para enterarse de lo mismo. Nada más que los cultivos tardan uno o dos días en ofrecer resultados. Decidieron ponerme antibióticos de alto espectro, que pudieran empezar a eliminar al bicho o bichos que tuviera mientras llegaba el resultado de los cultivos. En diez minutos estaba yo recibiendo en dos frascos una serie de antibióticos a la caza del enemigo.


Estaba preocupado.


Cada quince minutos, después cada treinta, mis signos vitales eran checados con gran cuidado, siempre con dos enfermeras, todas atentas y muy eficientes cumpliendo su tarea.


Así trascurrió toda la noche y a las 7 de la mañana ya había alcanzado otros signos vitales que garantizaban que por el momento no acudiría a ver otros panoramas ajenos a la Tierra.


Empezó el viacrucis:


Piquetes por aquí, piquetes por allá; nuevas venas para más puestas de antibióticos porque esas ya estaban agotadas y había que localizar otras. Visitas constantes de los internistas, de los intensivistas, de los químicos del laboratorio, de nutriólogos, de cardiólogos que hacían electrocardiogramas a un lado de la cama, radiólogos que tomaban placas también en la cama misma, siempre pendientes del paciente.


Poco a poco fui aprendiendo nombres: Roa, Alín, Dantán, Nery, Xóchitl, Dante, Israel, Chino -me faltan muchos, a todos los aprecio-; y poco a poco fui recuperando energías y empecé a platicar con todos, siempre amables dispuestos a contestar cualquier interrogación.


Al tercer día empezaron a llegar las noticias y los resultados: el uro cultivo encontró Escherichia Coli, la misma que había sido afectada por uno de los antibióticos bien seleccionados por los facultativos.


Me empezaba a sentir bien, el semblante me cambió, tanto, que me ejecuté los dos partidos de la selección; me gustaba mucho sentir el entusiasmo de médicos y enfermeras y, sobre todo, el buen trato como norma de conducta. No recuerdo una sola enfermera que no fuera eficiente en el manejo de los equipos modernos que hablan solos con sus datos exactos, así como en la relocalización de nuevas venas para extraer mas sangre en las pruebas y pruebas químicas que se hacían.


Hace pocas horas, el viernes 20 de octubre, en que habría de dejar el hospital por la noche después de ponerme una botella del antibiótico que le da a la Escherichia Coli en la mera línea de flotación, me atreví a preguntarle a una de las doctoras que si me hubiera podido haber muerto. Me quedó viendo directamente a los ojos y, con un lacónico si, comprobé mi sospecha. Me dijo más:


-Su hija actuó a tiempo y muy bien.


-Y ustedes también, le dije.


-Nuestra obligación es salvar vidas me dijo, otra vez, lacónicamente.


¡Larga vida a nuestra Universidad Veracruzana, la mejor institución autónoma de Educación Superior del Sureste de México, quien me ha enseñado en más de 40 años todo lo que sé al servicio de la cultura y la comunicación!


Pero sobre todo, fundamentalmente, porque la inmensa mayoría de médicos, especialistas de la salud, enfermeras, químicos, nutriólogos, que le sirven a los ciudadanos veracruzanos en el Centro de Alta Especialidad Rafael Lucio de Xalapa, han sido formados en las aulas de esa nuestra gran institución, con maestros eficientes y calificados.


Mi adorada Juana me salvó la vida llevándome al hospital de manera expedita; el personal de salud del nosocomio lo hizo con sus conocimientos adquiridos en las aulas universitarias.


Estoy muy emocionado, agradecido con Dios, con la Ciencia y con mi hija.


Creo que hay Manolo para otro rato.

CD/YC

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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