Mar 12, 2024 / 02:40

¿Se puede ver una aurora boreal en México? La respuesta es sí y te decimos cuándo pasó

Ciudad de México - En el vasto lienzo del cielo, las auroras polares se manifiestan como ballets de luz, adornando las noches polares con su resplandor. Sin embargo, estas danzas cósmicas no se limitan al confín de los polos; a veces, se aventuran a latitudes más bajas, desafiando las expectativas y dejando a los observadores maravillados.

En este viaje a través del tiempo, nos sumergiremos en el intrigante estudio de una aurora excepcional, observada en noviembre de 1789, en latitudes bajas, una rareza que capturó la atención de tres intrépidos científicos mexicanos: Antonio de León y Gama, José Antonio Alzate y Francisco Dimas Rangel.

Las auroras polares, también conocidas como luces del norte (auroras boreales) y luces del sur (auroras australes), son fenómenos electroluminiscentes que iluminan los cielos nocturnos en las regiones polares de la Tierra y otros planetas con atmósfera y campo magnético. Estas mágicas exhibiciones son generadas por corrientes de electrones que fluyen desde la magnetosfera, siguiendo las líneas del campo magnético terrestre. A medida que estos electrones interactúan con la atmósfera superior, provocan la emisión de luz en colores fascinantes, principalmente verde y rojo.

Sin embargo, la región donde estas danzas luminosas se manifiestan no es ilimitada. Un óvalo auroral rodea los polos magnéticos y marca el límite donde las líneas magnéticas se conectan con la atmósfera, generando las auroras. Este óvalo auroral es el escenario principal, pero a veces, las auroras desafían las expectativas y se aventuran a latitudes más bajas, revelando su misterioso resplandor en lugares inusuales.

En noviembre de 1789, un evento celestial excepcional tuvo lugar: una aurora boreal iluminó los cielos en latitudes bajas, un fenómeno poco común que desató la curiosidad y el asombro. Esta aurora fue observada hasta los 16,87° de latitud en Zimatlán (actual Zimatlán de Álvarez), Oaxaca, México. Hasta ese momento, ninguna aurora de latitudes bajas se había estudiado observacional, física y matemáticamente. Este acontecimiento singular se convirtió en el foco de atención de tres científicos mexicanos: Antonio de León y Gama, José Antonio Alzate y Francisco Dimas Rangel.

Estos tres científicos mexicanos no solo observaron la aurora de 1789, sino que también se sumergieron en su estudio detallado, desentrañando sus secretos físicos y matemáticos. Sus esfuerzos se plasmaron en observaciones, mediciones, predicciones y, por primera vez, en la reproducción de una aurora en un laboratorio. Veamos cómo estos pioneros contribuyeron al entendimiento de este fenómeno celestial único.

Una de las contribuciones clave de estos científicos fue la medición de la altura de la aurora desde la Ciudad de México, estimando que oscilaba entre 464 y 513 km. Este rango de alturas para auroras de latitudes bajas fue un logro significativo y marcó el inicio de la comprensión cuantitativa de estos fenómenos celestiales.

Además, se aventuraron a estimar el radio del óvalo auroral, revelando que era casi circular, con un radio de aproximadamente 4786 km. Esta revelación sugiere que la aurora se manifestó a lo largo de todo el óvalo auroral, o al menos en el arco del círculo que abarca desde América hasta Europa. Una danza celestial que conectó continentes a través de luces resplandecientes.

Estimaron la latitud geomagnética del óvalo auroral en 47°N y la latitud geomagnética de los lugares más al sur donde fue visto a aproximadamente 34°. Estos cálculos, realizados en el siglo XVIII, ofrecen una visión fascinante de cómo estos pioneros trazaron el mapa celestial mucho antes de las tecnologías modernas.

Francisco Dimas Rangel, uno de los tres científicos, llevó la exploración un paso más allá al proponer un experimento para reproducir una aurora en el laboratorio. Este audaz intento de capturar la esencia de un fenómeno celestial en un entorno controlado demostró la pasión y la ambición de estos científicos mexicanos por desentrañar los misterios del universo.

El estudio de la aurora de 1789 no solo fue un logro científico notable en sí mismo, sino que también sentó las bases para futuras investigaciones sobre auroras y fenómenos celestiales similares. La colaboración de Antonio de León y Gama, José Antonio Alzate y Francisco Dimas Rangel brindó una visión única en un momento en que la ciencia aún se encontraba en sus primeros pasos.

Hoy, cuando miramos hacia el cielo en busca de respuestas, recordamos a estos pioneros que, en una época sin tecnologías avanzadas, se sumergieron en la investigación de un fenómeno celestial que desafió las expectativas. La aurora de 1789, estudiada por tres mentes curiosas, sigue brillando en nuestra comprensión del universo y nos inspira a explorar los misterios que yacen más allá de nuestra atmósfera.

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Con información de: Muy Interesante

CD/NR

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