Oct 14, 2021 / 08:52

Entretiempo

Ficciones

Marcela Lucía Casagrande

El la buscó en Internet. Ella se dejó encontrar.

Ella era una muñeca. El un payaso. Su seducción consistió en descubrirse comediante y poseer un arsenal de chistes, sin saberlo.

Ella era acelerada en su manera de hablar. Él era de llegar tarde, aún a esos sitios donde nunca pasa nada.

Ella era una luz, él casi un otario.

Ella abstemia, él un experto en birra.

Ella prolija y ordenada. El, con un placard siniestrado.

El mundo de ella: el hospital. El planeta de él: el gimnasio.

Ella, con estado civil incierto. El, también flojo de papeles.

Ella y él se ocuparon, poco a poco de poner el azúcar a punto caramelo.

El territorio podía consistir en un sillón, la cocina o la cama.

Conocieron sus azulejos, sus estantes y sus lámparas.

Ella le mostró un cuadro de la Selva Negra y le confesó un demorado sueño de visitarla. Él se probó una camiseta de Messi y le contó su ilusión de conocer Barcelona.

La frontera entre ambos, era una pantalla.

El en Provincia, ella en Capital.

En él, arriba camisa y abajo piyama. En ella, como siempre, las pestañas arqueadas.

Había llegado el momento de encontrarse. El compró las entradas. Ella, una fragancia nueva. Luego a él le reintegraron el dinero de los tickets y ella guardó el perfume para otra ocasión. Eran tiempos de alcohol en gel.

Siguieron conociéndose sin gusto, tacto ni olfato. Amasaron pizza en simultáneo e ingenuos sueños de futuro. Él le regaló música y una clase de gimnasia virtual. Ella, un streep tease.

El le propuso burlarse de los permisos de circulación y cruzar con una bolsa de compras la General Paz. Ella se rió, por primera vez en el día.

Ella, no le contó lo estresante de las guardias y cómo le dolía la espalda.

El, no le contó que se quedó sin trabajo, que cerró para siempre el gimnasio.

Ella comenzó a tener una tos inoportuna y más suplencias que cubrir.

El aplaudió, como sus vecinos, a las nueve en punto en el balcón.

Ella no se conectó más. Él le llenó el buzón del celular de mensajes, que nunca tuvieron respuesta.

El repasó mentalmente los últimos diálogos que sostuvieron, sin saber que serían los últimos. Buscó en Internet paisajes de la Selva Negra. Trató de hallar una explicación encriptada, un mensaje subliminal, que justificara el silencio.

Hasta que un día también dejaron de escucharse los aplausos y el himno en los balcones.

Alguien intenta descifrar cuál es la llave del manojo que calza en la cerradura. Lo logra y abre la puerta. El machimbre cruje a cada paso. Los muebles, están cubiertos de polvo y de sábanas blancas. Canastos de ropa para donar. La chica de la inmobiliaria levanta del piso el cuadro de la Selva Negra, mientras conversa con una pareja de futuros inquilinos.

El contestador aún funciona y se escucha por enésima vez la voz de él:

- “Muñeca, Muñequita, Docki: espero que estés muy bien y que hayas escuchado mis mensajes. ¿Te robaron el celular? ¡Tengo algo bueno para contarte! Me compré una chata con un socio. ¡No sabés lo linda que es! ¡Bueh, no tanto como vos!. Hago fletes. Si te parece cuando se pueda, cuando termine todo ésto, si nos dejan, te paso a buscar por el hospital...”

CD/YC

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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