Ene 02, 2022 / 07:40

Evangelio del día 2 de enero de 2022

Domingo, 2 De Enero
2º Domingo después de Navidad
Calendario ordinario

Evangelio según San Juan 1,1-18.

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
El no era la luz, sino el testigo de la luz.
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo".
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

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Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
dominico, teólogo, doctor de la Iglesia
Comentario sobre san Juan, I, 178s

«La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre viniendo al mundo»

«Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la Vida, os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3)… El Verbo encarnado se dio a conocer a los apóstoles de dos maneras: en primer lugar lo reconocieron a través de la vista, como recibiendo del mismo Verbo el conocimiento del Verbo, y en segundo lugar a través del oído, recibiendo esta vez el conocimiento del Verbo por el testimonio de Juan el Bautista.
Refiriéndose al Verbo, Juan evangelista afirma primero: «Hemos visto su gloria»… Para san Juan Crisóstomo estas palabras van unidas a lo que precede en el evangelio de Juan: «El Verbo se hizo carne». El evangelista quiere decir: la encarnación nos ha conferido no tan sólo el beneficio de poder ser hijos de Dios, sino también el poder ver su gloria. En efecto, unos ojos débiles y enfermos no pueden por ellos mismos mirar la luz del sol; pero cuando brilla dentro de una nube o en un cuerpo opaco, entonces sí pueden contemplarlo. Antes de la encarnación del Verbo, los espíritus humanos eran incapaces de mirar la luz misma «que ilumina a todo hombre». Así que, a fin de que no se vieran privados del gozo de verla, la misma luz, el Verbo de Dios, se quiso revestir de nuestra carne para que pudiéramos contemplarla.
Entonces, los hombres «se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube» (Ex 16,10), es decir, al Verbo de Dios hecho carne… Y san Agustín señala que para que nosotros pudiéramos ver a Dios, el Verbo curó los ojos de los hombres haciendo de su carne un colirio salutífero… Por eso inmediatamente de haber dicho: «El Verbo se hizo carne» el evangelista añade: «Y hemos visto su gloria» como para decirnos que después de haber aplicado el colirio, sanaron nuestros ojos… Es esta la gloria que Moisés deseaba ver y de la cual no vio más que la sombra y el símbolo. Los apóstoles, por el contrario, vieron su mismo esplendor.

CD/JV

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